jueves, 16 de abril de 2009

Bailando con mosquitos

Por las mañanas, siguiendo el ritual de las buenas costumbres, me dirijo al rincón del único grifo de agua caliente que hay en toda la granja (calentada con energía solar). Lleno uno de los muchos cubos de acero que pululan por la granja y me dirijo a uno de los baños para lavarse, que no es más que eso, un cuarto con un grifo de agua fría y un sumidero en el suelo. Compruebo que hay una jarrita de mano, para irla rellenando y echarme el agua por encima. No hay. No hay problema, rastreo los otros cuartos de baño hasta dar con una. Me gustan más las de acero que las de plástico, que con el tiempo se van viendo como sucias. ¡Comienza el baño!
Lo primero es encender una barita de incienso. No se trata de ningún ritual esotérico ni New Age, se trata de invitar a desalojar el lugar a las varias decenas de mosquitos que pueblan esos tres metros cúbicos. Son grandes, muy grandes, y sedientos de su ración de sangre ¡serán vampiros! La situación no invita en absoluto a desnudarse, es como servirles en bandeja el festín. Barita en mano, los persigo uno a uno, alguno, o mejor dicho alguna, porque los que pican son todos hembras, me reta y se pone chula. Finalmente, cinco o diez minutos después, me atrevo a iniciar el ritual del baño, jarra en mano, y danzando con algunos de los mosquitos que siempre se empeñan en acompañarme.

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